¡Ay! Cuándo perdí ese don de contornearte con la punta del pie, del lápiz y de la lengua, cuándo se desmoronó este ataúd en el vaivén mismo de la muerte.
Se cae el hilo negro del sentido curvilíneo y ancestral, se cae y la voz se opaca, en días sin otoño ni invierno, sólo con una lucidez que, sabia, ha decidido callar.
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