A veces no es tan frágil como quisiéramos, la voz que cadenciosamente nos envuelve como un canto de sirenas. A veces no permite la fría delicadeza de la nieve, la acertada flecha de Soseki que junto a su amante muere. A veces no es pues, suficiente, la poesía, y se requiere de un hilo y de una aguja para unirlo todo, de una palabra primera, de una palabra última, de algo que podamos llamar historia. A veces hace falta poder embalsar los recuerdos, poder encontrarle los pies al muerto y hacerlo con derecho y sin dificultad, sin temor a que se vaya volando como un instante o como un colibrí. Es este el caso. Acaricio las hojas con imágenes sólo en lo que tomo el valor para tomar vida y carne, pues esto es una historia nunca un poema. Y duele diferente. Esto último testimoniado por mis ojos humedecidos en sosiego, envueltos por una tristeza muda que está condenada a no ser bella nunca, si acaso descriptiva. Una tristeza fuerte por lo demás, y lineal y larga y a la que nadie terminará de leer estoy segura. O leerán con tedio. Y no me gusta, no me gusta, no quiero continuar. Creo que no hay historia en el fondo. Debo de volver a empezar. De todas formas publicaré.
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