La visión apocalíptica resultó de pronto la más paradisíaca de entre todas: los edificios enormísimos eran ahora estructuras vacías infestadas de palomas, los libros sólo recuerdos, la muerte nuestra luz y nosotros su sombra. Éste era el escenario del fin y sólo en él podía surgir el principio; un principio de adobe y cal, de realidad y transparencia, un principio donde las vacuas pretensiones fueran sólo piedras -como son- y nunca más altares. La visión apocalíptica inundó de pronto el mundo de un matiz más claro, más sencillo, más indiferente; un matiz de ensueño, de paz, y sólo en él se pudo gestar una palabra idéntica al universo, y ésta callaba.
1 comentario:
Sí. Que la palabra caiga.
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