Me observan los recuerdos, de par en par, de estación en estación. Sentados en mi escritorio, cosidos a mi puerta, escondidos detrás de mis costillas, no dejan de acecharme. Máscaras vacías. Y los formularios de creencias botan del sucio archivero. Bailan, se borran, se cambian y se vuelven hojas –lo que fueron en un principio- listas para tirarse a la basura, listas para volverse a ensuciar.
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