lunes, septiembre 29, 2008

Un adiós para el Cuauh

Y al fin puedo cerrar la puerta de mi cuarto y respirar. Ese simple acto de girar la muñeca es esencial para crear una capullo de cristal en el cual nutrirme de algo -cualquier cosa- que me permita salir de nuevo. Me envuelvo en los harapos propios para dormir -mal hábito pues es apenas mediodía-, me río sola un poco, me acuesto en mi cama, extiendo los brazos y doy un par de vueltas excitada mientras repaso los hechos y los reinvento con palabras. Creo que si no había escrito antes era porque no me había sentido con ganas o ansias de reinventar las cosas, de volverlas trofeos o cicatrices. En ese sentido tal vez (sólo tal vez) supongo que la felicidad mucho tiene que ver con el silencio, porque en él se refleja la cara diáfana de lo que simplemente es, de lo que se basta a sí mismo. Pero ahora es distinto. Ahora cierro la puerta y siento revolotear en mi interior un millar de libélulas borrachas de emociones que más tarde que temprano alguna salida encontrarán. Y siento temblar la punta de mis dedos y recuerdo mis sueños de escritora y entonces escribo, escribo para liberar los puntos suspensivos y poder volver en mí.
¿Qué pasa? Cuauhtémoc se va. ¿Y qué? Nada, se nos va. Díganle todos adiós. Pero un pequeño hueco inquieto entre el estómago y el espíritu se queda en su lugar. ¿Aunque qué si se quedara Cuauh? Nada, tal vez nada pasara en realidad. Y es que ah, cómo sabemos significar la nada y nada más...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu blog es muy interesante, lo he disfrutado. Pasaré seguido por aquí.

Johnnie Ego dijo...

Mis albricias.