En este día he tenido como tres impulsos de querer escribir, pero ando muy dispersa y cuando por fin encuentro el momento, la pluma o el papel, la inspiración se ha ido. Pero recordemos. Recuerdo el aire frío en mis pulmones y la huella todavía suave en mi mejilla de la boca del anónimo, y en mi espalda el recuerdo táctil de sus manos y en mi aroma la satisfacción de su deleite. Luego la luz morada horas después, el sabor a café y la vivacidad de los ojos de aquel fiel seguidor de conejos blancos. El camino, zigzagueante. Desviar el rumbo para construir sonrisas. El romanticismo en el aire desde temprano y ahora entre luces de carros, el ludismo en las palabras, el pavor a los tsunamis y la fascinación por los fuegos artificiales. Todo demasiado vivo, todo demasiado. Y nosotros, frágiles. Y la muerte palpitante en la carne, en la caricia de los rayos de sol, en el sensual roce de la tela sobre los brazos. Hoy soy tan permeable y tan mínima; hoy el mundo es tan excesivo y tan vertiginoso… Creo que voy a dormir.
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