Aliviada, extasiada y traicionera, me pierdo en el goce del edén perdido, y me aferro a una vida que se dice, eterna y sin barrados. ¡Qué deleite! El verdugo ha bajado la hoz, mi pueblo ha pronunciado su perdón, y yo descanso por primera vez en tres siglos, en la ilusoria mirada que me dice: No eres nada.
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