lunes, abril 30, 2007

De todo corazón...

Abril 30, 2007

Querido mío:

Muchos han sido los suspiros, los caprichos y los enojos que nos han unido y separado durante estos años; muchas han sido las palabras y los silencios, los recuerdos reiterados y los anhelos que poco a poco nos han ido atrapando en esta red ilusoria de martirio y vicio, de amor y odio. Nos hemos conocido; y en el conocimiento, nos hemos destruído. Mas son éstas épocas de cambio, querido, y aunque el despertar ha sido lento, se puede percibir ya la llegada del otoño: las hojas caen, el viento sopla y en el encender del crepúsculo renace, de pronto, la promesa perdida, la ligereza del espíritu.
El tiempo juega con la vida, querido, da vuelcos, serpentea, y en su infinita comprensión; perdona y olvida. Ha llegado pues, el momento; el momento de abandonar los puestos y de mirarnos por primera vez a los ojos, de reconocernos otros, absolutamente otros, como lo hemos sido siempre. Basta ya de temer lo inabarcable, basta ya de temblar frente a lo ajeno, ese ha sido nuestro error, jugar a comprendernos, querernos poseer y en la violenta terquedad de atravesar las fronteras; destruirnos.
Y aunque no osaría mirar atrás con desencanto, no podemos pretender tampoco tener la ingenuidad de antaño. No más. Son estos ya otros tiempos; tiempos de renovación, tiempos de franqueza y de perdón. Ha cesado la batalla y con ella las fuerzas para luchar, para persistir en viejas y vagas ilusiones. Este es el fin. Nuestro fin. Mañana estaremos lejos. Tan lejos como hemos estado siempre, pero esta vez, sabiéndolo; libres en nuestra absoluta alteridad, en nuestro irreductible desconocimiento, en nuestra innegable distancia. Ese es el amor más sincero que puedo ofrecerte, y el único, querido mío.

Te amaré siempre mucho,
aquí,
desde el otro lado,

Mariana

Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso por tu cuerpo, de tu risa... (Cortázar, Rayuela 93)