jueves, marzo 29, 2007

Descuartizando cebollas

"Se puso a desprender, una tras otra, las capas de la cebolla y decía: ¡He de encontrar la verdadera cebolla, he de encontrarla!"
Jaime Sabines

Y heme aquí, una cebolla descuartizada (sí, una cebolla, no un helado napolitano, maldita cultura popular), una cebolla que no se sabe cebolla y busca con insistencia su centro, que llora ante sus propias capas como lloran todos al rebanarla (¡pero la rebanan de todas formas, hijos de puta!).
Perdida está, de antemano, la batalla, pero de todas formas la libramos, tercos nosotros. ¿Querés algo sincero? Soy una mujer que sufre, y que cuando lo esconde lo malesconde; la angustia es mi estado natural, las lágrimas brotan de mis ojos con tan sólo evocar una imagen, casi al azar, una emoción sin nombre, un recuerdo sin lugar o un objeto de valor. Y ni hablar. Es por eso que no culpo a los desertores, no es sencillo ni económico, ni, en estricto sentido, conveniente. Cada quien elige su forma de vivir, de abrirse al mundo o cerrarse a él. De víctima a verdugo hay sólo un paso. Yo he sido los dos, pero hoy no quiero ser, ninguna. Sólo quiero, (valga el juego retórico), ser. Sólo quiero abrirme del todo, sólo quiero sentirme yo y sentir que esa yo tiene un receptor.
Es paradójico, ávida de contacto humano, de vínculos emocionales, de conversaciones francas, me armo de valor y acto seguido le escribo...a mi blog, mientras mi lista de contactos sigue tan gélida como siempre y no me atrevo a derretirla con lamentos descontextualizados. Al fin y al cabo, a quién le importa, pienso. Y aquí veo venir refutaciones varias, promesas de amistad trilladas, vacías, no estés mal, no te preocupes. Adolfo tenía razón: hemos asesinado a las conversaciones con nuestras fórmulas baratas que nada dicen. Qué le vamos a hacer. Quizás sólo peco de un exceso de egocentrismo. Y cómo no, si en este mundo de discurso sin espectador, sólo existe uno, el que habla.