Realidad dislocada

Fotógrafo: Pablo Pedroza (el mejor fotógrafo)

Su cuerpo estaba helado después de haber sudado tanto y recibido en compensación, la ráfaga gélida de la desolación. Las palabras ya habían ido y venido, habían dicho y dejado de decir. Este era su último recurso; después, estaría perdida.
En sus ojos, una mirada de débil esperanza se asomaba suplicante, apelaba a la ternura y dejaba entrever sus planes: una petición, sólo una petición pero de antemano imposible; no había nadie que pudiera cumplirla, no había nadie que pudiera entenderla.
Ella sabía. Ella había visto el fin del juego, la distancia, la venida de la última puerta se había anunciado en un silencio. Mas se aferraba. Se aferraba inútilmente a su esperanza. Sonreía, se acariciaba, quería ante todo abrirse y pronunciar su apertura en su esplendor: una entrega tan total que resultaba vulgar, que repugnaba. Deseaba con todo su ser vencer al abismo, un instante, un paso, un segundo antes de que la devorara para siempre.

- Anda, sólo tócame, hazme real.

Pero el dolor ya había pintado todo de una luz tenue que transformaba la sombra y trastocaba toda la habitación. La realidad se había dislocado. A partir de ahora, el mundo no sería salvado jamás. Todo se había vuelto etéreo y no había vuelta atrás…