jueves, noviembre 02, 2006

A mi terapeuta

Mire usted, comprenderá, que no es personal, sólo que yo, a veces, cuando me despierto a medianoche siento miedo y tiemblo, y usted me dice que ese monstruo no existe y yo le creo, pero el miedo sí que es verdad, se lo juro, señora mía, es verdad, y si usted no lo ve, entonces cómo uno puede hablar con libertad sin sentir la os del juicio y la soledad.
Dígame usted cómo hacerle, y es que yo la envidio, queridísima terapeuta mía, no tiene una idea cuánto, porque usted es cuerda y todopoderosa, usted me dice qué hacer, usted descansa por las noches, pero es que yo, aquí, soy la débil, yo me siento sin armas en su sillón y le entrego sin reservas la parte más frágil en mi interior.
Querida señora de acero, yo no soy como usted, discúlpeme por eso, a mí me carcomen las ansias y los dictámenes me dan náuseas, para mí no es tan sencillo, sabrá, mirar al otro con desdén, diagnosticarle tres pastillitas de prozac y asunto resuelto; no, para mí no es tan fácil, porque yo le miro a los ojos a diferencia de usted, porque yo creo en su monstruo, porque no estoy salvada, ni reservo del mundo solo un rincón tranquilo, ni dejo caer los párpados pesados como juicios, ni me duermo sin sueño, ni me pienso sin sangre, ni me juzgo sin tiempo; Benedetti veía el problema, ¿lo ve usted? Ya me disculpé y deseo hacerlo otra vez, perdón, pero es que yo, yo no soporto la idea de salvarme, ¿ve? Yo no quiero ser tan fuerte nunca que no haya nada que resolver, y por más que usted desdeñe a mis monstruos son míos y es esta mi vida tan llena de vida, a diferencia de la suya, señora mía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos somos debiles bajo una lupa

-Ceci-